En la séptima semana él me dijo: “basta”, busqué en el más
interior mío un insulto que le hacía romperse en mil pedazos. Lo miré y me sentía
satisfecha de haberle causado ese mal pero lo veía, ahí, triste por causa mía,
por culpa mía y no podía evitar, no podía corregir lo que había dicho, no podía
curarle el corazón y ya no se podía más. Lo miré a sus ojos verdosos y
comprendí que su “basta” era su libertad, pedí perdón por todo el daño que le
causé pero entendí que eso no iba a arreglar las cosas, pero que era necesario
hacerle ver que verdaderamente me arrepentía de todo lo malo.
Retomó su voz, me dijo: “aún te amo”, le di un abrazo de
amistad por todo lo vivido y deje que fuera feliz, lejos de mí.
Pero de vez en cuando, lo necesito. Y grito su nombre por lo lejos, y le pido perdón
por el dolor y le agradezco desde el más profundo deseo de mi corazón, cada vez
que me demostró que vale la pena amar a alguien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario