martes, 3 de julio de 2012


En la séptima semana él me dijo: “basta”, busqué en el más interior mío un insulto que le hacía romperse en mil pedazos. Lo miré y me sentía satisfecha de haberle causado ese mal pero lo veía, ahí, triste por causa mía, por culpa mía y no podía evitar, no podía corregir lo que había dicho, no podía curarle el corazón y ya no se podía más. Lo miré a sus ojos verdosos y comprendí que su “basta” era su libertad, pedí perdón por todo el daño que le causé pero entendí que eso no iba a arreglar las cosas, pero que era necesario hacerle ver que verdaderamente me arrepentía de todo lo malo.
Retomó su voz, me dijo: “aún te amo”, le di un abrazo de amistad por todo lo vivido y deje que fuera feliz, lejos de mí.

Pero de vez en cuando, lo necesito.  Y grito su nombre por lo lejos, y le pido perdón por el dolor y le agradezco desde el más profundo deseo de mi corazón, cada vez que me demostró que vale la pena amar a alguien. 

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