A dos días de nuevamente sentarme en algún aula de Facultad de Economicas, ¿suena divertido, no? Me estoy chocando con la bella realidad de ser una chica joven, de que tengo la posibilidad de irme a conocer la otra parte del mundo en dos meses, en las lindas amistades que rebañan mi vida con tanto cariño y risas. Es tan bellísimo todo lo que me rodea, odié este año desde un principio, me encargué de llorar todo el tiempo y no me daba cuenta de todo lo que dejaba ir.
No sé si alguno es militante, pero no saben lo bello que es militar y sentirse apegada a parte de la historia, de levantar una bandera con un ícono como el de Perón o Eva, de cantar la marcha peronista y no sentir que representas a todos esos compañeros muertos en lo largo y ancho del país con la proscripción del peronismo, no me sentí tan bien en un lugar, tan en casa. Ir y que tus compañeros te hagan reír, que estén todos unidos y que seamos nosotros el día de mañana los futuros líderes del país, la verdad, es algo que me llena en el alma.
Tuve un hermoso día de la primavera, lo empecé el viernes yendo a bailar a plaza serrano (un lugar que ando frecuentando mucho) con un gran amigo mío, Cesar y una chica con la que hace año y medio atrás tuve un roce importante (no me acuerdo qué día fue, pero teníamos bronca porque en el día de otro amigo habíamos ido a ver a mi novio, y discutimos y habíamos peleados y yo había arruinado la noche y esta chica me dijo de todo, y yo a ella), cuestión: la volví a ver, y era todo re distinto, pegamos la re onda con la chica y salimos los tres rumbo a la noche, fuimos a bailar y nos divertimos mucho, nada de levante, nada importante que haya ocurrido. Bueno, me quedé a dormir en la casa de Cesar, que es como mi hermana gatita favorita, y me quedé re dormida porque a eso de las diez de la mañana tenía que ir a parque Lezama con la JP porque había un acto por el día del estudiante, cuestión, cuando me desperté estaba llena de llamados perdidos y salí corriendo; me puse el jeans y la remera de evita y salí al trote, llegué a eso de las dos de la tarde y a la media hora se largó la lluvia y con los compañeros de secundarios nos pusimos a jugar al ajedrez (perdieron todos menos yo y Javi) y de ahí fuimos a la innaguración del local de la comuna 9, jugamos al truco todo el día y a la tarde me vine a casa muerta del frío y del sueño porque se largó con todas, dormí una hora y Cesar me volvió a llamar porque a la noche salíamos, me vestí re monona y Viviana (otra gran amiga mía) me hizo rulitos, me puse un top con brillitos mostrando la panza, una calza negra con brillos y unos tacos, estaba muy bella (para que yo reconozca esto...) y salimos rumbo a Serrano nuevamente, y la pasamos genial, es tan lindo disfrutar tanto de risa.
Y al volver con Cesar y Victoria (la chica con la que nos llevábamos mal) vimos a dos personas teniendo relaciones maritales en la calle y nos empezamos a estallar y caminamos hasta tomarnos el colectivo, luego compramos facturas y nos quedamos despierto hasta las diez de la mañana hablando de todo y nos hicimos alto trío de amigos, y estamos todos re unidos. En fin, entre la militancia y los amigos se llevan los premios a la felicidad del momento.
No caigo en que me voy a Europa en 75 días, no quiero caer porque me voy a poner re densa contándoles a todos lo que voy a hacer allá, aparte parece que quiero hacer burla cosa que nada que ver.
El tema de chicos... Nada por aquí, nada por allá. Sola, y disfrutando de la LIBERTATEM, del día a día, de las sonrisas, del amor, del compañerismo, de mi bellísimo tío que lo amo cada día más, de mi mamá preciosa que está en su mejor momento de su vida, de mi corazón roto que cada día va a superando todo lo que nos hace mal, aumentando de peso, haciéndome más señorita, reemplanzo las zapatillas por zapatos, de sacarme los piercings y usar maquillaje, estoy dominando la técnica del debate de a poco, estoy cuidando a mi tío porque está enfermito y mimándolo porque lo amo con cada particula que conforma mi ser, extrañando lo qué es sentirse enamorada pero descubriendo la belleza de ser una persona autónoma e independiente, disfrutando de mi último bello año de secundario, preparándome para las verdaderas bellezas que la vida me va a dar a futuro y preparándome como un soldado para aguantar lo que venga, y a ser feliz, chicos, todos tenemos un mal momento, aunque a veces no se note, yo lo vengo teniendo desde que empezó el año, tuve muchos alti-bajos y que no quepan dudas que los voy a seguir teniendo pero la vida sin emociones y sin saber vivirla aunque nos beneficie o en otros casos, nos afecte no debería llamarse vida.
Quiero más amor, mucho amor.
Quiero aprender más de sociología, de política y de historia, quiero dominar las técnicas de los grandes pensadores.
Quiero ser feliz, frente a cualquier cosa.
Feliz primavera.
lunes, 23 de septiembre de 2013
domingo, 15 de septiembre de 2013
Fui a pegarme la espantada de mi vida.
Ese
año pasaron muchas cosas en este país. Entre otras, Andrés y yo nos casamos.
Lo conocí en un café de los portales. En qué otra parte iba a ser si en Puebla todo pasaba en los portales: desde los noviazgos hasta los asesinatos, como si no hubiera otro lugar.
Entonces él tenía más de treinta años y yo menos de quince. Estaba con mis hermanas y sus novios cuando lo vimos acercarse. Dijo su nombre y se sentó a conversar entre nosotros. Me gustó. Tenía las manos grandes y unos labios que apretados daban miedo y, riéndose, confianza. Como si tuviera dos bocas. El pelo después de un rato de hablar se le alborotaba y le caía sobre la frente con la misma insistencia con que él lo empujaba hacia atrás en un hábito de toda la vida. No era lo que se dice un hombre guapo. Tenía los ojos demasiado chicos y la nariz demasiado grande, pero yo nunca había visto unos ojos tan vivos y no conocía a nadie con su expresión de certidumbre.
De repente me puso una mano en el hombro y preguntó:
-¿Verdad que son unos pendejos?
Miré alrededor sin saber qué decir:
-¿Quiénes? -pregunté.
-Usted diga que sí, que en la cara se le nota que está de acuerdo -pidió riéndose.
Dije que sí y volví a preguntar quiénes.
Entonces él, que tenía los ojos verdes, dijo cerrando uno:
-Los poblanos, chula. ¿Quiénes si no?
Claro que estaba yo de acuerdo. Para mí los poblanos eran esos que caminaban y vivían como si tuvieran la ciudad escriturada a su nombre desde hacía siglos. No nosotras, las hijas de un campesino que dejó de ordeñar vacas porque aprendió a hacer quesos; no él, Andrés Ascencio, convertido en general gracias a todas las casualidades y todas las astucias menos la de haber heredado un apellido con escudo.
Quiso acompañarnos hasta la casa y desde ese día empezó a visitarla con frecuencia, a dilapidar sus coqueterías conmigo y con toda la familia, incluyendo a mis papás que estaban tan divertidos y halagados como yo.
Andrés les contaba historias en las que siempre resultaba triunfante. No hubo batalla que él no ganara, ni muerto que no matara por haber traicionado ala Revolución o al Jefe
Máximo o a quien se ofreciera.
Se nos metió de golpe a todos. Hasta mis hermanas mayores, Teresa, que empezó calificándolo de viejo concupiscente, y Bárbara, que le tenía un miedo atroz, acabaron divirtiéndose con él casi tanto como Pía la más chica. A mis hermanos los compró para siempre llevándolos a dar una vuelta en su coche.
A veces traía flores para mí y chicles americanos para ellos. Las flores nunca me emocionaron, pero me sentía importante arreglándolas mientras él fumaba un puro y conversaba con mi padre sobre la laboriosidad campesina o los principales jefes dela Revolución
y los favores que cada uno le debía.
Después me sentaba a oírlos y a dar opiniones con toda la contundencia que me facilitaban la cercanía de mi padre y mi absoluta ignorancia.
Cuando se iba yo lo acompañaba a la puerta y me dejaba besar un segundo, como si alguien nos espiara. Luego salía corriendo tras mis hermanos.
Nos empezaron a llegar rumores: Andrés Ascencio tenía muchas mujeres, una en Zacatlán y otra en Cholula, una en el barrio deLa
Luz y otras en México. Engañaba a las jovencitas, era un
criminal, estaba loco, nos íbamos a arrepentir.
Nos arrepentimos, pero años después. Entonces mi papá hacía bromas sobre mis ojeras y yo me ponía a darle besos.
Me gustaba besar a mi papá y sentir que tenía ocho años, un agujero en el calcetín, zapatos rojos y un moño en cada trenza los domingos. Me gustaba pensar que era domingo y que aún era posible subirse en el burro que ese día no cargaba leche, caminar hasta el campo sembrado de alfalfa para quedar bien escondida y desde ahí gritar: "A que no me encuentras, papá". Oír sus pasos cerca y su voz: "¿Dónde estará esta niña? ¿Dónde estará esta niña?", hasta fingir que se tropezaba conmigo, aquí está la niña, y tirarse cerca de mí, abrazarme las piernas y reírse:
-Ya no se puede ir la niña, la tiene atrapada un sapo que quiere que le dé un beso.
Y de veras me atrapó un sapo. Tenía quince años y muchas ganas de que me pasaran cosas. Por eso acepté cuando Andrés me propuso que fuera con él unos días a Tecolutla. Yo no conocía el mar, él me contó que se ponía negro en las noches y transparente al mediodía. Quise ir a verlo. Nada más dejé un recado diciendo: "Queridos papás, no se preocupen, fui a conocer el mar".
En realidad, fui a pegarme la espantada de mi vida.
Lo conocí en un café de los portales. En qué otra parte iba a ser si en Puebla todo pasaba en los portales: desde los noviazgos hasta los asesinatos, como si no hubiera otro lugar.
Entonces él tenía más de treinta años y yo menos de quince. Estaba con mis hermanas y sus novios cuando lo vimos acercarse. Dijo su nombre y se sentó a conversar entre nosotros. Me gustó. Tenía las manos grandes y unos labios que apretados daban miedo y, riéndose, confianza. Como si tuviera dos bocas. El pelo después de un rato de hablar se le alborotaba y le caía sobre la frente con la misma insistencia con que él lo empujaba hacia atrás en un hábito de toda la vida. No era lo que se dice un hombre guapo. Tenía los ojos demasiado chicos y la nariz demasiado grande, pero yo nunca había visto unos ojos tan vivos y no conocía a nadie con su expresión de certidumbre.
De repente me puso una mano en el hombro y preguntó:
-¿Verdad que son unos pendejos?
Miré alrededor sin saber qué decir:
-¿Quiénes? -pregunté.
-Usted diga que sí, que en la cara se le nota que está de acuerdo -pidió riéndose.
Dije que sí y volví a preguntar quiénes.
Entonces él, que tenía los ojos verdes, dijo cerrando uno:
-Los poblanos, chula. ¿Quiénes si no?
Claro que estaba yo de acuerdo. Para mí los poblanos eran esos que caminaban y vivían como si tuvieran la ciudad escriturada a su nombre desde hacía siglos. No nosotras, las hijas de un campesino que dejó de ordeñar vacas porque aprendió a hacer quesos; no él, Andrés Ascencio, convertido en general gracias a todas las casualidades y todas las astucias menos la de haber heredado un apellido con escudo.
Quiso acompañarnos hasta la casa y desde ese día empezó a visitarla con frecuencia, a dilapidar sus coqueterías conmigo y con toda la familia, incluyendo a mis papás que estaban tan divertidos y halagados como yo.
Andrés les contaba historias en las que siempre resultaba triunfante. No hubo batalla que él no ganara, ni muerto que no matara por haber traicionado a
Se nos metió de golpe a todos. Hasta mis hermanas mayores, Teresa, que empezó calificándolo de viejo concupiscente, y Bárbara, que le tenía un miedo atroz, acabaron divirtiéndose con él casi tanto como Pía la más chica. A mis hermanos los compró para siempre llevándolos a dar una vuelta en su coche.
A veces traía flores para mí y chicles americanos para ellos. Las flores nunca me emocionaron, pero me sentía importante arreglándolas mientras él fumaba un puro y conversaba con mi padre sobre la laboriosidad campesina o los principales jefes de
Después me sentaba a oírlos y a dar opiniones con toda la contundencia que me facilitaban la cercanía de mi padre y mi absoluta ignorancia.
Cuando se iba yo lo acompañaba a la puerta y me dejaba besar un segundo, como si alguien nos espiara. Luego salía corriendo tras mis hermanos.
Nos empezaron a llegar rumores: Andrés Ascencio tenía muchas mujeres, una en Zacatlán y otra en Cholula, una en el barrio de
Nos arrepentimos, pero años después. Entonces mi papá hacía bromas sobre mis ojeras y yo me ponía a darle besos.
Me gustaba besar a mi papá y sentir que tenía ocho años, un agujero en el calcetín, zapatos rojos y un moño en cada trenza los domingos. Me gustaba pensar que era domingo y que aún era posible subirse en el burro que ese día no cargaba leche, caminar hasta el campo sembrado de alfalfa para quedar bien escondida y desde ahí gritar: "A que no me encuentras, papá". Oír sus pasos cerca y su voz: "¿Dónde estará esta niña? ¿Dónde estará esta niña?", hasta fingir que se tropezaba conmigo, aquí está la niña, y tirarse cerca de mí, abrazarme las piernas y reírse:
-Ya no se puede ir la niña, la tiene atrapada un sapo que quiere que le dé un beso.
Y de veras me atrapó un sapo. Tenía quince años y muchas ganas de que me pasaran cosas. Por eso acepté cuando Andrés me propuso que fuera con él unos días a Tecolutla. Yo no conocía el mar, él me contó que se ponía negro en las noches y transparente al mediodía. Quise ir a verlo. Nada más dejé un recado diciendo: "Queridos papás, no se preocupen, fui a conocer el mar".
En realidad, fui a pegarme la espantada de mi vida.
domingo, 8 de septiembre de 2013
Sin aviso.
Hoy cuando se levantó camino lentamente hacía la ventana. Se encontró con otro mundo, totalmente
distinto al que conocía por las tardes y las noches. El cielo parecía estar acuñado por un hermoso
dibujo de maravillas: se desplegaba de oriente a este un sol irradiante que
invadía cada centímetro de su ser y un cielo tan cristalino que la ciudad se veía
reflejado en él cuando se miraba fijamente hacia el cielo.
Cuando quiso mirar el reloj de la pared, se tomó dos
segundos para ubicarse en ese microsegundo en el espacio terrenal en el que se
encontraba ubicado: quiso habitar en su cuerpo y tomar noción del equilibrio
corporal, pero se debilitó y su cuerpo se esfumo en ese instante. Retomó la
vista, todo se tornaba de un nubloso invisible a una visión visible y
apaciguadora respecto del lugar y caminó sigilosamente hacía la pared, reconoció
los números y de pronto, olvidó leer el reloj y miró alrededor… No pudo distinguir
qué eran los números y las flechas ubicadas dentro de ese objeto redondo con un
marco, ese día supo que su vida cambió aunque no sabe sus direcciones. Supo ver
que el cielo tornado era otro, que las raíces de los árboles florecían de algún
lugar que no supo nombrar. Se frotó los ojos para corroborar si lo que veía era
real, al darse el disgusto de su verdad prefirió cerrar sus ojos.
De pronto, por atrás de su espalda sintió una brisa fresca
que le recordaba a un peculiar recuerdo que sí pudo contener en su mente pese a
su desconocimiento actual de su situación, sabía que esa brisa le traería paz.
Sabía que todo ese descontento del mundo nuevo, tenía su alivio en su mal
estar. Sintió una mano suave deslizarse
en sus brazos y un aroma fresco que no pudo definir, sintió adentro de él, que
estaba en casa. Y no tuvo la necesidad de darse vuelta a ver quién era la
persona, solamente supo que con esas caricias, le devolvió la noción de las
cosas y al abrir los ojos, despertó.
La noticia de que era un sueño, le volvió el aliento a su
corazón. Supo que vio el Fin Del Mundo,
y le gustó.
viernes, 6 de septiembre de 2013
Indio toba no llorando aquel tiempo feliz, Pilcomayo y Bermejo llorando por mí; campamento de mi raza la América es, de mi raza de yaguareté es la América, es... Toba, dueño como antes del bagre y la miel, cazador de las charatas, la onza, el tatú. Toba, rey de yararás, guazapú y aguarás. El Gualamba ya es mío otra vez.
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