Acá estoy, nuevamente.
Sentada, pensando, con muchas ideas y pocas ganas de sentarme a explayarlas o en hacerlas proyecto. Estamos en octubre, no me parece un mes lindo. Palpitamos las ganas de usar ropa menos abrigada y de calidad más fresca y en lo posible, no tan pesada. Esperamos con ansías al verano para irnos de vacaciones, terminar el colegio, terminar los parciales, para las fiestas, para las reuniones familiares que tanto aman.
Y yo aprovecho para contarles que en mi mundo marcha todo bien, que los árboles me cuentan historia de la pureza de las almas y de los bailes de los pelos sueltos. Me encuentro en un baile que no para nunca, que es bellísima la música que acompaña y que los interpretes hacen la mejor copia del Cambalache y cuando me doy vuelta, están todas las personas que cambiarán mi vida aunque sus rostros no logran tener mucha forma aún.
Más de una vez, un fiel amigo se sienta a contarme la historia del Universo y en la mitad del relato, me termino quedando dormida. Cuando me despierto, estoy en un tren en un amanecer fresco con viento y llovizna, y al lado duerme la persona que hará de mi vida, la bendición más hermosa que La Divinidad pudo darme.
Al bajar, estoy en un lugar que nunca en mi vida he de pisar pero con un cierto recuerdo interno de haber estado ahí. Sonrío, y mi vida sigue, pero a diferencia que esta vez, mi vida es feliz.
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