- no me diste nombre.
Se fue aquella personita misteriosa, salió de la puerta de aquel bar que parecía un aquelarre, no tenía apuro pero le urgía irse de ahí a ella (o eso parecía). Sus ojos grises se tornaron muy apaciguados y cuando menos se dio cuenta, no había a quien recurrir, la puerta estaba cerrada y no sabia el nombre de la desconocida. Al lado de él, situaba una silla con la goma espuma salida, el asiento rajado y atrás un piano que parecía no haberse hecho música en él por años, y un cantinero oriental (o con aires) que miraba desconfiando todo el lugar. La barra estaba vacía, salvo que en una de las puntas había un señor gordo, calvo y totalmente desagradable a simple vista. Los tragos de ahí, tenían un gusto tan único, tan naturales y exóticos que parecían haberse sacados del mismo infierno bajo receta y hecho tan delicadamente y adictivo para que la gente no deje de consumir. Miro a sus lados, el hombre gordo de la punta lo miro de reojo y frunció el seño. Y la puerta se volvió abrir, era la chica de los ojos más grises que él jamás hubiera podido ver con su pelo negro tan corto que le resultaba tan atractivo, con ese saco que parecía ser de su abuela y tan desarreglada pero tan especial a simple vista. Paso por al lado de él, como si nada. Jamás parecía que se había hablando o visto, lo ignoro completamente. Le llamó la atención que aquella muchacha que se reía junto a él actuara de tal forma, ella siguió a paso ciego caminando hacia atrás del piano, de lo cual había una especie de puerta chica cubierta con una tela larga negra. Se levantó de esa barra y la siguió, pasó por la tela negra y de pronto, se le cegó la vista, la imagen, la visión, el olfato, quedó completamente inmóvil. Era un túnel demasiado angosto que solamente personas de no más de cien centímetros podían caber en él, y apenas se veía. Parecía que a lo lejos había una luz y por los costados musgos, y puertas tan chicas que apenas un bebé pasaría, puertas por todos lados, y el piso estaba algo húmedo igual que las paredes. Dio media vuelta esperando que aquella tela larga y negra estuviera ahí para que regrese con el gordo calvo y el oriental desconfiado pero había una especie de mural, con olor a sucio y semi húmedo. Sintió un olor, le volvió el olfato. Ese olor rarísimo a putrefacto, rancio se le hacía conocido, él ya lo había olido, lo había sentido pero ¿de dónde? Ahí fue cuando escucho una voz demasiado baja decirle;
- ¿qué hacés acá?
Empezó a intentar tocar alguna superficie o plataforma para sentir guiado con los cerrados por el miedo.
- ¿nunca te dijeron que no debes seguir a las personas a sus lugares?
Le dijo ella por lo bajo, intentando callarlo. Pero él, le gritó.
- ¡¿dónde estoy?!
- Mejor dicho ¿dónde no estás?
Le dijo riendo por lo bajo, casi tan disimulado que parecía modestia.
- ¿cómo te llamas?
Y esa pregunta, quedó colgada en la nada de nuevo, sintió frío y ese olor ya no estaba más. Estaba en un estado que ni él sabía distinguir. Se acercó a un costado, puso su oído sobre el musgo y escucho un par de gritos de dolor, golpeaba pero parecía estar pintada esa puerta porque no tenía forma de abrirse. Sintió un cosquilleo raro en el oído apoyado a la puerta, tenía un gusano entrando en ella. Se hecho para atrás, de nuevo, intentó buscar la puerta pero no hubo caso, era una pared más fría y con más musgo aún. Empezó a temblar del frío porque cada vez, disminuía la temperatura y su miedo aumentaba en masa. Se acercó a su lado derecho y escuchó más gritos desesperados y de tortura, espero hasta poder cobrar noción de todo lo que pasaba en aquel lugar. Unos minutos después, empezó a correr a través de la pequeña luz que veía y no parecía tan lejos, eran unos metros pero mientras que él avanzaba la luz se extendía más pero los gritos ya eran insoportables, se detuvo por un instante, sintió mareos y le lloraban los ojos. Empezó a sentir síntomas raros que jamás sintió antes en su vida pero él siguió corriendo pero el túnel cada vez era más chica que apenas entraba él y apenas podía respirar. Había un cristal, pero grueso al final del túnel. Él apenas entraba la mitad de su cuerpo en esa parte, empezó a toser sin cesar y lo que veía no entendía. Por ese cristal tan diminuto cabía ver a un cantinero oriental (o con rasgos orientales) con los mejores tragos que jamás se podrían haber inventado, en la punta de la derecha un gordo viejo, calvo que parecía peleado con todos y por la puerta de aquel bar, entraba una chica con unos ojos muy grises y con pelo tan corto que seducía a cualquier hombre, parecía que vestía con trapos de su abuela pero era totalmente irresistible. La joven, se acercó a la barra y preguntó algo que no llego a entender. Se quedó sin aire el hombre y se desmayó ahí.
Cuando despertó, estaba en un cuarto pintado de musgo en una cama atado los pies y las manos a cada punta de la cama, con un pedazo de tela en la boca para no hablar. Sentía dolor en las piernas, y tocía mucho. De pronto, se abrió la puerta. Entró un oriental con un delantal blanco manchado con un poco de sangre y junto a él, llevaba en la mano un cuchillo carnicero, de esos que se usan para degollar animales y éste empezó a moverse intentando escapar, quiso gritar pero no pudo. El oriental hizo una risa de burla y cerró la puerta, le sacó la media del piel derecho y se sentó a su lado, agarro su dedo gordo y se lo cortó de un movimiento y a éste le empezaron a salir lagrimas de los ojos y se escuchaban una especie de gritos cesantes provenientes de su boca amordazada y desmayó de la impresión.
Luego, al despertarse, apareció la mujer con los ojos más grises que él jamás no hubiera visto con la misma vestimenta y le dijo:
- ¿sabés que le pasan a los hombres que siguen a una mujer que jamás antes vio en su vida?
Él la miraba extrañadamente y con miedo. Ella se acercó sonriendo, se sentó en el mismo lugar que el oriental que le apuntó un dedo del pie y le sonrió tan dulcemente que parecía embobarlo más, le miró el pie y con la cabeza acento un “no” y le dijo:
- ¿querés saber qué te pasó? ¿querés saberlo?
Con las lágrimas en los ojos, con la cabeza hizo un gesto de sí. Ella se levantó y se condujo hacía él y de sus bolsillos sacó un espejo chico y le preguntó:
-¿seguro?
Él siguió diciendo que sí. Le acercó el espejo y su cara estaba deformada, con un color a musgo. Rastros inhumanos, tenía un olor moribundo e insoportable. Su cuerpo estaba deformado hasta la cintura y su cuerpo de a poco dejaba de sentirlo. Empezó a llorar y decía con la cabeza que “no”, e intentaba gritar pero no podía. Ella concluyó:
- Y esta, soy yo.
Se sacó ese saco de vieja de encima, y tenía la misma deformidad en el cuerpo. Ese olor feo, ese cuerpo todo deformado y arruinado. Ella sonrió. Se acercó a él, le tocó la frente queriendo besarla y él intentaba alejarse, se acercó a su oreja y le susurró:
- y ahora, toda la vida vas a ser así por seguirme. Y ahora toda la vida, vas a sufrir. Y ahora, toda la vida vas a arder. Vamos a estar juntos toda la eternidad.
I. D. C
un beso, una flor y un adiós.