lunes, 18 de junio de 2012

El payador

El cielo se está tornando gris y oscuro, y él no aparece. Le pedí un poco de tiempo al viento y al frío, pero las aguas seguían turbias y el viento cada vez era más pesado que la tristeza. El cielo está gris. Él no aparece. La espera me dolía, la calma me faltaba y me moría. Sentí que pasaban horas e inclusive años en ese bar con olores extraños y a alcohol barato que los hombres bebían con placer, no podía esperar más. Necesitaba que él cruzara en ese preciso momento la puerta, pero él nunca apareció. Ni antes del sueño, y ni después. Me pregunté por qué el cielo estaba gris pero aún más, me pregunté por qué me había citado a ese lugar si no se iba a presentar. Él no apareció. Quise despertarme, el payador entró por la puerta y me dijo: “te hice esperar, disculpame”. Pidió una taza de café que bebió con placer, le dije que lo amaba y se paro para irse. Se inclinó hasta mi oreja y me susurró: “Estás muerta, no te vas a despertar” y se fue.

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