miércoles, 16 de febrero de 2011

Mía

Dibujaba sobre unos bocetos de papel en ese bar a las siete de las tarde de esa mañana tan atorrante que le había quitado sus ganas de mirar a su alrededor, con un café frío de tanto esperar por ser bebido y no conseguir silenciar sus plegarias. No sé su nombre, pero su descripción podría llamarla Mía, alta y blanca, con ojos turbios y perdidos entre el viento de la tarde y el calor de su mal estar, con rulos claros que caían como una cataratas. De una forma que no logro reconocer, Mía miraba sus dibujos imperfectos tan despectivamente que parecía querer meterse en ellos para poder arreglarlos desde adentro, que locura la de ella querer meterse en sus dibujos para evadir lo que sea que pase por su cabeza que no me parecía nada bueno para ella, su teléfono en varios momentos prendía la luz y ella lo ignoraba totalmente como si fuera que no lo percibía. Estoy observándola desde que entré, lleva más de dos horas ahí dibujando sin cesar y sin sacar esa mirada de amargura propia de su cara. Estoy pensando en irla a saludar e invitarla a salir que el sol se metió y la tarde, se convirtió en noche y las nubes tapan las estrellas, se acerca una lluvia torrencial o eso pretendo ya que amo la lluvia y la soledad. Nunca vi semejante equilibro entre perfección humana y sus bocetos que daban miedo, fingí ir al baño para pasar por al lado de su mesa ya que queda de paso y eran raros, castra tróficos y llenos de magia.

Si voy, quizás rechaza mi charla y lograría interrumpir su atención. Creo que por esta vez prefiero mirarla sin disimulo y apreciar su harte, la próxima será.

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Me estoy volviendo loco, desde que vi ayer esa mujer, a Mía soñé que la veía salir de un almacén con una bolsa y la ayudaba a cargarla y me llevaba a su casa, me invitaba una tasa de té de tilo bien caliente que ayudaría con mi problema de congestión nasal y luego ella se iba a una puerta que yo parecí haber ignorado y no la volvía a ver, jamás.

Decidí después del trabajo aparecer en el mismo lugar, hoy llevaba un solero que combinaba sus ojos grises tirando azules, sea quien sea el humano que la haya engendrado tuvo un precioso trofeo al cual le hará roto a muchos chicos el corazón. Tenia la misma mirada fría y turbia en su mirar, nuevamente, no me miro es más, creo que ni sabe que estoy acá y sigue dibujado, sobre servilletas ya escritas, un sobre dibujo. No puedo dejar de mirarla, de nuevo pedí un café con dos medias lunas para observar el anochecer y ver a ese hermoso espectáculo que encimaba mi mirar.

No puedo animarme a mirarla de cerca, ni a saludarla. Siento que no puedo sacarla de ese espacio cósmico y no quiero no verla más y no haberle preguntado el nombre. Regresaré mañana, hoy estoy cansado ya que tuve demasiadas demandas en el local y necesito descansar mi cuerpo.

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Me resigné, hoy es la tercera vez que la voy a mirar hacer su arte en esas servilletas y necesito, imploro saber su nombre y darme cuenta que Mía no es. De nuevo, son las tiene de la tarde y en una hora juega el Barsa y no quiero perdérmelo pero siento que esto es especial que va más allá de un partido de mi equipo favorito extranjero, sé que mi pasión por el fútbol esperaría y que mi pasión por esta mujer ya no aguanta más. Hoy tenía los rulos mojados y bien definidos, sus ojos estaban más oscuros y seguía en lo suyo, con la tasa de café ahí esperando ser tomada como hace dos días atrás, con su mirada perdida y turbia, con su vestido violeta con verde oliva que resalta la tes de su cuerpo, una belleza en persona. Tiene labios bien gruesos, bien marcados, debe ser de esas mujeres que da sus besos y deja enamorado a cualquier hombre. Yo no pretendo ser otro enamorado de una belleza tan única pero no puedo dejar de pensarla, son las siente y media, me estoy levantando de la silla de madera acercándome lentamente a su lugar.

‘¿Puedo?’

Sabés que no, estoy ocupada.

‘Lo sé, disculpa. Solamente un minuto, ¿tu nombre?’

¿Te interesa?

‘Necesito saber tu nombre. ‘

Te lo diré si te vas y no vuelves a interrumpir, ¿está bien?

‘Sí. Lo prometo, no te vuelvo a hablar.’

Me llamo Celeste.

‘¡Qué hermoso nombre tenés!’

Gracias, ahora si me permitís. Me tengo que ir, chau desconocido.

Me sonrío, y tuve razón. Tenía una sonrisa preciosa, levantó su bolso, guardó las servilletas y pude captar su perfume importado y jamás olvidarlo. Salió por esa puerta que daba cara a la salida y a la calle, caminó sola y tranquila mientras el sol se escondía y yo estaba feliz.

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Hace una semana que estoy yendo a la misma hora y no hay caso, ya no vuelve más. Entré por la misma en la cual se había ido, y ella no va a entrar ahí aunque lo espero. Me pregunto qué secretos ocultará esa mujer bella, qué historias tendría para contarme a mí, qué pasaba en sus ojos cuando dibujaba sin parar y sin levantar la vista a ver la hora, qué será de Celeste, pero ¿quién será Mía?

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