Quiero oír el mar, irme con algunos libros y la guitarra. Desconectarme del mundo por un instante y hacer de mi vida lo que yo quiera, quiero tocar la guitarra y recitar alguna que otra canción de soledad y amor. Quiero leer hasta quedarme dormida mirando el cielo y olvidando lo que me preocupa. Quiero irme allá, escuchar el mar y ver como amanece a la madrugada, esa zona tan despoblada. Tendría que caminar treinta cuadra de la casa de mi tío hasta la cuidad pero no me preocuparía, me encantaría irme allá. Tomarme el tren que sale desde la estación de Constitución y llegar a Mar del Plata y luego tomar algún taxi que me lleve hasta Miramar y ver ese paisaje hermoso, entrar a esa casa que me trae demasiados recuerdos desde que nací hasta ahora. Aquel patio trasero que siempre me gusto, esa entrada en al cual solía tirarme a pensar, esas bicicletas que están en el techo del pasillo. Cuando voy para allá, siento la emoción que acá yo no siento. Siento que el amor está en mí y que no necesito más, pero en estos momentos estoy destruida por cosas de la vida por amigas que nunca debían haberse hecho llamar “amigas” y cosas que me suelen pasar, se llaman desilusiones. Capaz que me siento así, tan cansada de todo porque prefiero poner pecho a cada bala que me disparan, no temo, esto no me mata pero me cansa. Y siento la necesidad de a veces, escapar por una escases de valor y coraje pero cuando logran hacerme caer en la realidad me vuelvo fuerte pero lo cierto es que necesito irme, lejos por un día aunque sea. Un día, lejos de la gente, de éste mundo, de ésta computadora a la cual soy adicta, de todo éste estrés que siento encima. Un día sólo para poder disfrutar de Miramar, un día sólito para saber lo que es pensar y reflexionar todo. Un día sólito, sólo veinte y cuatro hora de paz interna.
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